Me tome un tequila con Andy Warhol, vi el extravagante caballo blanco de Bianca Jagger y mientras la gente demasiado corriente se quedaba a las puertas del edén. Maldiciendo su simplicidad, trataban de de ahogarla en el fondo de una botella envuelta en un cutre papel de color acartonado. Dentro Liza Milleni y Elizabeth Taylor observaban detenidamente a Steve Rubell que se estaba magreando en la oscuridad con un jovencito neoyorquino de ojos claros. Mick Jagger deambulaba cantándole a la cocaína, poniendo un tono rockero entre tanto narcisismo.
Corría el año 1977, la música disco y la liberación sexual se vestían de gala para las noches neoyorquinas, nunca fuimos ni tan desgraciados, ni tan felices. Nunca estuvimos tan en la onda.
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