jueves, 24 de marzo de 2011

LA TRAICIÓN DE WENDY : solo apto para lectores

Era una mañana tranquila como cualquier otra mañana tranquila de todas las muchas mañanas tranquilas que me había tocado vivir. La monotonía regulaba el tráfico de las calles de Madrid, la indiferencia velaba por el cuidado y mantenimiento de sus vagabundos y prostitutas y el despotismo se encargaba de mantener viva la economía. Nada había cambiado, ni la guerra pudo de cambiar ese ritmo de vida enlatado en el que nos balanceábamos. Iba a cumplir los 18 años mis padres ya lo tenían todo pensado, la universidad, los años en el extranjero y el color de las servilletas de mi boda. Yo no opinaba ni juzgaba, mi madre me decía que eso “es algo que han de hacer los hombres”. Así es que estaba suspensa en un tiempo y en una sociedad que no me pertenecían con un rol que no entendía y que interpretaba de forma espantosa. La indiferencia y la dejadez de mis pasos trataban de hacerme comprender que algo no funcionaba conmigo. Le declaré la muerte a Dios y a todas las creencias que me habían tratado de inculcar pero lo hice en voz demasiado baja, tan baja que ni yo realmente lograba escucharlo con claridad. Me había convertido en una anarquista obsesionada por el orden. Y de repente Peter un niño con cuerpo de hombre y un hombre con cuerpo de niño se coló en mi vida.

La ventana estaba abierta, el me tendió lo mano, tenía cara de cansado, me dijo que llevaba con esa cara desde el día en el que se fugo de casa. Sus ojeras dejaban entrever el ritmo de vida que llevaba. Yo estaba cansada de todo, de lo que era y de lo que iba a ser y me sentía atrapada en un control y en una sociedad que apestaba a infelicidad mezclada con café de maquina barato. Sus ojos eran verdes, recuerdo que me pareció el verde mas verde de todo el mundo, el único que yo había conocido, el único que había podido mirar tan de cerca y su voz desquebrajada me invitaba a un descontrol del que yo jamás pretendería ser dueña.  Enseguida me deje hipnotizar por su canto de sirena de aires rockeros al mas puro estilo de los Black Sabbath. Entonces se me acercó de tal forma que notaba su respiración y me murmuró al oído las palabras que durante tanto tiempo he tratando de olvidar:
 -Wendy olvídalos, olvídalos a todos y ven conmigo allá donde nunca jamás tendrás que preocuparte por cosas de mayores.
Su pícara sonrisa me asustó pero me intrigó el doble, aun así le dije:
 -Peter, nunca es mucho tiempo.

 Dio igual, mis argumentos por más sensatos que fuesen no me convencieron a mí  y a él mucho menos. Así que tomé su mano y me fui. La ventana se quedó entreabierta y el viento que retumbaba en mi cuarto me dijo en voz baja que ese era el principio del fin.

Me llevó a  Nunca Jamás un lugar difícil de describir, las normas se establecían según el ritmo de vida que llevábamos. El alcohol ahogaba la nostalgia y la cocaína el cansancio. Por primera vez la sangre corría por mis venas de forma regular y constante, no se entrecortaba por inconformismo o depresión. Todo me resultaba tremendamente fácil y aunque Peter tuviese el control yo notaba que cuando quisiese podía hacerlo mío también. De una forma autodestructiva consiguió hacerme bailar dentro de un mundo de oscuro individualismo y soledad.

Le fui conociendo y en silencio siempre trataba de analizarle. Él siempre me intrigó, Peter parecía distinto pero su miedo al compromiso y a crecer estaba enmascarado en una preocupante adicción al sexo, a las drogas y a la lujuria en general. Como el decía: “Wendy, en Nunca Jamás las cosas funcionan así, ¡tienes que declararle la guerra a Dios y saber que vas a vencer!”

Tomé su palabra y le hice caso. Peter se enfada mucho cuando me asustaba o le hacia verse obligado a protegerme. Estaba claro que llevaba mucho tiempo caminado solo y yo no podía dar las mismas zancadas que daba el. Por eso nunca me hizo sentir como la princesa que mi madre me dijo que sería algún día y de manera totalmente desconcertante yo agradecía en él ese menosprecio del que de vez en cuando me hacia ser  víctima.

Durante los primeros meses no pude evitar ser una niña asustada que se veía rara  vestida de negro, con el pelo alborotado y que se sentía extraña en compañía de chicos o que se atragantaba como un bebe al fumar. Pero a medida que la vida pasaba por nosotros según el antojo de las circunstancias y de lo que nos hubiésemos metido en el cuerpo, me empecé a acostumbrar, a enganchar y a idolatrar mi propio ritmo de vida. Pobres desgraciados todos los bastardos hijos de la mugrienta sociedad que no esnifaban la vida como lo hacíamos nosotros ¿Cómo les llegaban las emociones al cerebro?  Esa suspensión en el tiempo a cualquiera le hubiera llevado a la locura. Ahí se hallaba nuestro paraíso y nuestra encomienda, seriamos los guardianes de la desconfianza, los mejores amigos de la soledad. No, ninguna otra alma tendría suficiente fuerza para afrontar tal encomienda, habíamos nacido para sobrevolar la realidad y nuestras alas no se cortarían jamás. Había llegado mi momento, ya lo entendía todo a la perfección, ya hablaba perfectamente ese idioma de demonios y muertos vivientes. Mi lengua estaba envenenada y no me podía gustar más el purpúreo sabor que desprendía.

Y empecé a sumergir mi cuerpo en tantos otros cuerpos y a tomar mil direcciones bien fueran plenas o vacías. Sucios piratas como el Capitán Garfio pasaban por mi cama y se iban de ella cada vez que tenía que cambiar las sábanas. Me hice amiga de los indios, su hierba era la mejor del lugar. Conocí el truculento pasado de los Niños Perdidos, niños que crecieron en un reformatorio o que fueron utilizados como monedas de cambio para la prostitución. Y pronto vi que Campanilla, con la que nunca llegue a simpatizar por los celos que sentía hacia mí, estaba locamente enamorada de Peter hasta el punto de llegar a interpretar su indiferencia y menosprecio por amor, era totalmente incapaz de alejarse de él. Herida desde el día en el que la conocí, cada día se enredaba mas en su sinuosa tela de araña, ella le decía como tejerla para aprisionarla entre los delicados hilos de la vida, de su vida. Muchas veces me preguntaba si acabaría como ella, si la siguiente en marchitar por culpa de Peter sería yo.

Él era el rey, el único que aguantaba el ritmo sin sentirse desgraciado a cada pinchazo de heroína. Siempre pensé que al irme con el encontraría respuestas y saciaría mi apetito de vivir una vida que nunca imaginaria. Pero el ruido de los bares en los que parecíamos estar viviendo y las nauseas constantes ni siquiera me dejaban escuchar mis pensamientos y mis deseos, el veneno de Nunca Jamás se metió en mi hasta el punto de quemarme. Pronto empecé a asfixiarme con mi propio aire y a notar como mi cerebro se derretía con el calor de las luces. Empecé a ser consciente, si mi cabeza explotaba ¿Cuánto tardaría en hacerlo mi cuerpo? ¿Cuánta vida le quedaba a mi alma por aquel entonces?

Una mañana de bullicio, descontrol y falta de memoria como tantas otras, deje a Peter desnudo en la cama y salí a la terraza para tomar aire, fumarme un cigarrillo, saltar al vacío, escupirle a la gente desde ahí arriba, esperar a presenciar un atropello, reírme de los parados en la cola del INEM  y otras tantas de miles de banalidades mas que solo alguien como yo tenía tiempo de contemplar. En medio de mi estúpido despertar se coló un horroroso  tic-tac en mi cabeza, procedía de lo más profundo de los intestinos de un cocodrilo de vidriosos ojos y piel escamada teñida en oro y esmeralda, una piel que brillaba a la luz del amanecer cegando la moral de cualquiera. Siempre había sido descrito como padre y depredador de almas, verdugo de la libertad y mercenario de Dios. Peter decía autenticas barbaridades de ese cocodrilo, realmente se estremecía al hablar de él. Pronto lo vi claro, lo vi escrito en su rugosa columna: si Peter era el pecado, ese cocodrilo era la conciencia de la isla. Pasó por delante de mí y me quede helada al ver su mueca psicópata de perfilados dientes, tan perfilados como debían de ser sus principios. Recuerdo que pensé que había llegado mi momento que el cocodrilo haría su labor y desmigaría con esa sonrisa mi cuerpo de pecado y así, al tiempo que yo notara sus afilados dientes en mi sien gritaría de dolor, rabia y arrepentimiento y la sangre derramada sería mi llave para las puertas del infierno. Pero no, no fue así. Ese jodido tic-tac seguía sonando, retumbando en mi cabeza cada vez más y mas fuerte. El corazón se me aceleró me agache como un reciénnacido echando de menos los meses en el vientre de mi madre, meses de paz y de calma. No rece por mi vida, pensé que no habría persona en el mundo capaz de salvar ese cuerpo y cuando creí estar muerta el estruendo pasó, mi cuerpo se templó y el cocodrilo desapareció dejando tan solo un fétido olor a morgue. Me puse en pie, aun temblorosa giré la cabeza, ahí estaba Peter recién levantado y sin ningún recuerdo de la noche anterior, ni siquiera se acordaba de que habíamos pasado la noche juntos.

 En ese instante lo vi claro, me acorde de la niña que hace unos años estaba frente a la ventana de su cuarto dudando si irse con el o no. El cigarro aun no se había apagado y yo ya sabía que era lo que tenia que hacer, era hora de volver a casa por mucho que me aterrase la idea de lidiar con la realidad de la que había huido. Nunca siempre ha sido y será para mi mucho tiempo.

Le di un beso a Peter en la mejilla y me fui sin decirle nada, a veces me pregunto si se acuerda de mí y si me echa de menos, en definitiva, si me llegó a amar de verdad. Ahora he vuelto a mi vida después de tantos años en esa isla de pecado y ceniza. Temo el fracaso y casi todas las noches me cuesta dormir por culpa de la presión que siento en el pecho. Llevaba mucho tiempo muriéndome creyéndome estar vida. Pero no, por dentro me estaba pudriendo, mi frío me congeló y mi esperanzas se volvieron de hielo, solo sabía estar cabreada con el mundo, andaba sonámbula por las calles. Durante demasiados años arañé los restos de un tiempo que ya no me pertenecían. El seguirá allí, puede que jugando a la ruleta rusa con la muerte al borde de una sobredosis más. Yo, trataré de vivir la vida como una persona normal y por fin podré contarles cuentos a niños inocentes y ser una mamá de verdad.




domingo, 20 de marzo de 2011

GOD SAVE MCQUEEN

Cerrar los ojos, respirar y darle forma a una figura desnuda que se abraza de extraña forma al tejido. Hoy hablo de Alexander  Mcqueen que hace poco más de un año suicidó su arte para convertirla en mito. Con él comprendimos como las telas se juran un compromiso las unas con las otras para formar una pieza y que no se trata de ver algo y solo mirarlo. Extravagancia era su adjetivo, tentó a la vergüenza y nos explicó como la moda escribe poemas entre sus costuras. Romántico, raro, oscuro, provocador.
Por todo ello e Museo de Arte Metropolitano neoyorquino ha decido homenajearle con una impresionante alfombra roja el 2 de mayo y después se inaugurará la exposición “Savage beauty” donde sus piezas mas vitales serán expuestas. Una forma de alzar la ya silenciada voz de un genio que ante todo hizo arte difuminando la delgada línea entre lo real y lo irreal.